19.3.07

A MEDIO CONSUMIR



Tiene los pies descalzos sobre la madera, y las tablas, las paredes, el techo, parecen hervir. Muestra sus dientes: intenta una sonrisa. Ella apenas puede mover los brazos en movimientos espásticos. Tiene las manos atadas a la cama, toda ella está acostada sobre la cama, desnuda y cubierta con redes. Tiene el cuerpo nervioso, duro, y está más viva de lo que ella quisiera. Él volvió de la cocina. Ella pensó que volvería desnudo. Pero no: tiene un Tramontina en la mano, de los grandes, para picar. Y sigue en cuero. Ella vuelve a mirar hacia el piso. La víbora parece cada vez más grande. Se arrastra y dibuja círculos perfectos, ella piensa que quizás esté cumpliendo un ritual. Y se imagina que llaman al anticristo, que él es el anticristo, que viene del infierno todo caliente, enojado con dios y la posee, a ella, la penetra y la llena de semen endiablado. Después ella podría ser una Amazona, saldría de esa habitación, y todo el mundo estaría a sus pies, podría poseer a todos los hombres y mujeres que quisiera porque sería irresistible, porque ella también sería el diablo. Iría hasta la casa de su profesora de flauta. Entraría y estaría esperándola: acostada en el piano, ya desnuda. Ella la agarraría de la cadera y la chuparía con su lengua de cobra, que se estiraría hasta chuparle las entrañas. Bebería de ella, y volvería a beber. Su profesora gemiría, gemiría tan fuerte que el marido iría hasta la habitación del piano. Las vería a las dos, a su esposa, y a ella, al diablo, tan hermosa como cada uno quiera. Las vería a las dos con las manos apretándose las tetas, estrujándolas, y él querría tocarse pero ella, que es el diablo, se lo va a impedir, y él se va a quedar mirándolas, mirándolas, transpirando, y quisiera sudar su leche, pero el diablo no lo deja, y se queda quieto, estático, mirándolas, mirándolas mientras ellas entran y no salen, como flautas, como víboras.


Ella vuelve a mirar la víbora, ya no hace círculos, quizás nunca los hizo. Él sigue acercándose, tan lento que parece que se arrastra. Se saca la sonrisa, abre la boca, lame el cuchillo. Se corta la lengua. Se mancha con gotas de sangre. Ella quiere gritar pero tiene una mordaza en la boca. Además están sonando otros gritos: Rob Zombie, eso le dijo él, nadie la podría escuchar. Él se sube a la cama y se pone en cuatro patas como si fuera un gato, y ella, en el medio. Como un gato poseído por el diablo que salta de teja en teja, está en celo, busca una gata para morderle el cuello. Maúlla, la luna está llena. Parece casi un hombre-lobo. El gato se trepa a un techo cualquiera, resbala por la chimenea, se llena el cuerpo de polvo, empieza a caminar dejando huellas grises. Salta de un sillón a otro, golpea el televisor que se cae al suelo y estalla. El ruido retumba en toda la ciudad. El gato, desesperado, salta sobre ella, le araña la cara, la tira al suelo. Ella quiere gritar pero el gato le empieza a lamer las heridas. Y ya no es más un gato, parece una pantera negra, enorme, tatuada, y la pantera, tatuada de gato y de hombre, la posee. Y los dos aúllan. Por la hendija de la persiana entra un haz de luna.


Ella abre los ojos. Sobre el piso de madera ve una vela a medio consumir. Se pregunta si quiere que el piso se incendie, que se queme todo, y entre las llamas, ella misma acabe por arder.

Agosto 2006

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