24.8.07

Desde el pasto

Ya se sentó. No jugamos más. Ahora vamos a entrar a casa, él va a mirarme y va a decirme que vuelva al parque Yo voy a salir, él se va a quedar adentro tomando mate con mamá. Hablando no sé de qué, porque yo estoy afuera, sentada en el pasto, jugando con una piedrita: la tiro al aire, pasa una bicicleta, tiro de nuevo la piedrita, la bicicleta vuelve a pasar. Cuando hay barriletes me quedo mirándolos y no juego con las piedras. Nosotros no tenemos bicicleta. No sé por qué, si papá trabaja y mamá dice que la gente trabaja para poder comprarse las cosas que quiere. Yo quiero una bici. Porque además seguro que si compran una bici es para mí, aunque Pablo sea más grande, porque él tiene asma, y si no puede jugar a la mancha conmigo tampoco va a poder andar en bici. Porque si pudiera andar me estaría haciendo trampa. Y cómo Pablito va a hacer trampa, si él es tan bueno. Pobre, un chico tan bueno y con asma. Eso dice mamá. Yo también, así que la bici va a ser para mí. Yo quiero una rosa. Va a ser la más linda. Todos me la van a pedir, y yo la voy a prestar, y pobre Pablito no va a poder andar en bicicleta. Él va a hacer de cuenta que no le importa y se va a quedar adentro, como ahora, tomando mate con mamá. Él dice que le gusta el mate de agua, a mí me gusta más el de leche, pero seguro que lo dice para hacerse el grande. Se va a quedar hablando, como ahora, no sé de qué, porque cuando entro yo, mamá me da un pan con manteca, nos trae los cuadernos de la escuela, y ella no habla más. Yo quiero hablarle a mamá, y que ella me cuente sus cosas, porque seguro que a Pablo le cuenta todo. Mejor que no me regalen una bici, mejor que le hagan un regalo a él, así puede irse a jugar y yo me quedo adentro con mamá. Y después que entre él, cuando se aburra, y entonces vamos a correr todo de la mesa, para no manchar, y vamos a hacer la tarea. Eso me gusta. Pablo nunca se cansa de hacer la tarea, me gusta cuando hace sus dibujos en mi cuaderno. Podemos estar hasta la noche, hasta cuando se acaba la luz. Y mamá nos reta a los dos porque seguimos haciendo la tarea en la oscuridad. Los dos la miramos desde la mesa, cerramos los cuadernos y empezamos a contarle a los gritos lo que aprendimos en la escuela. Y a veces yo la ayudo a cocinar. Hoy la voy a ayudar, ojalá que haya sopa, que se le puede poner cualquier cosa, zanahoria, batata, lo que haya.
¿Y si a mí me agarra asma? ¿Cómo hace él? ¿tose? ¿eso es el asma? A mí me sale toser pero creo que no tengo asma, no sé por qué le vino sólo a él. No se la pescó un día porque siempre la tuvo, desde que me acuerdo. Creo que me gustaría tener, un día por lo menos así él viene y me alivia, y mamá me convida un mate, a la enferma, a mí, pobrecita, con asma, andá Pablito, andá a correr, que yo me quedo con mamá, andá. Y Pablo se va a la calle, y con mamá hablamos. Le puedo contar de la escuela, de los hijos de la señorita, hasta un cuento le puedo contar, y cuando no tenga nada más que decir, cuando ya está cansada de hablar, cuando ella me haya contado todo, recién entonces que entre Pablo, y mamá le convide un pan con manteca.



Hace calor. Mucho calor. Hoy es domingo y papá está con nosotros en la plaza. Iban a venir los primos pero al final no, sólo los tíos. Están allá, hablando con mamá y papá, Pablo y yo estamos jugando a las cartas. No me gusta. Yo quería jugar a la escondida pero Pablo ya se cansó. No sé para qué venimos a la plaza si nos vamos a quedar quietos. Hace calor. Y hay un montón de gente. Hay un montón de bicicletas también. Y barriletes. Pero a Pablo no le gusta mirar los barriletes y se enoja si me quedo mirándolos. No me gusta este juego. Es aburrido. Mamá y papá están lejos y no escucho lo que dicen. Se ríen. Yo quiero ir a hablar con ellos, a reírme. Hay unos chicos en este árbol. Los veo desde abajo. Uno tiene el pantalón roto porque se lo enganchó con una rama. A Pablo ya le agarró el asma así que tampoco puede subirse al árbol. Es el más grande de la plaza. Un día que no esté Pablo voy a venir y me voy a trepar. Un día que no esté Pablo pero que esté mamá. Son chicos más grandes. Deben tener trece o catorce. Son cinco. Pablo me retó, me dijo que me concentrara que si no el juego es aburrido. Ya sé que este juego es aburrido, pero parece que a él le gusta. Pobre Pablito, que tiene asma, y no puede correr, no puede hacer nada. Los chicos tienen una botella de cerveza.
¿Vos probaste la cerveza, Pablo?
No, nena, qué asco. Dale, jugá.
Tiro el culo sucio, siempre me toca. Yo sí probé la cerveza, es horrible. Un día, en el cumpleaños de la abuela. Agarré un vaso de la mesa, y me serví Coca, y el vaso tenía un poco de cerveza. Pero es fea. Mamá ya me deja tomar un poco de café, lo que queda en las tazas. Ya estoy grande. Estoy grande para este juego. Los chicos se ríen, y se pasan la botella. A mí me parece que se va a caer. Son lindos. Aunque los veo desde abajo. Yo quiero tener un novio grande, lindo, y que sea alto como papá. Quiero un novio que no tenga asma, que podamos subirnos a los árboles, y que tenga una bicicleta y que me la preste y que no le guste jugar a las cartas. Mamá y papá están lejos, ni siquiera puedo ir a escuchar de qué se ríen porque nos dieron una botella de jugo. Y para qué puedo ir si no es a buscar jugo. Yo ya estoy grande pero me parece que Pablo no porque nunca puede hacer nada.
Los chicos gritan. Pablo grita. No sé qué pasó. Los chicos se están bajando del árbol. Pablo llora, grita. Mamá y papá se están acercando. Los chicos ya se bajaron y salieron corriendo. Mamá y papá vienen rápido. Pablo llora, se ahoga. Tiene la mano lastimada. Con sangre. Mamá y papá le preguntan si está bien. Mamá lo abraza. Papá sale corriendo atrás de los chicos. Pero ya están lejos, cruzando la calle. No los va a alcanzar. Pobre Pablito, llora. Dale, levantate, le dice mamá, hay que poner una gasa. Papá vuelve corriendo, cansado. Le hace upa a Pablo; mamá le mira la mano, tiene sangre, tiene un vidrio clavado. Huelo a cerveza, veo los vidrios. Son filosos, son marrones, son suaves y están mojados. Mi vestido está limpio. Se cayó al lado de Pablo. Hay unos pedazos grandes, y algunos vidrios muy chiquitos. Algunos tienen el borde redondeado, paso el dedo y no me lastimo. Otros parecen filosos. Apoyo el dedo. Me pincha. Pongo la palma de la mano. Me pincha. Se me clava, despacio. Lo clavo, me duele. Me parece que siento la sangre. Se me hunde la piel, bien profundo. Se me va a morir la mano. Me voy a desangrar, acá en medio de la plaza. Y mamá y papá están con el pobre de Pablo. Tengo el vidrio pegado en la carne, metido entre los huesos, pero no grito. No digo ni mu. Ni una palabra.


Agosto 2007