3.9.08

Marasmo urbano

Se baña rápido por las dudas: quién sabe si esa noche habrá corte de luz y no sube el agua.

Es martes, va a salir. Se pone el pantalón blanco, mira en el espejo cómo se distingue su bombacha negra, se desabrocha los tres primeros botones de la camisa. Hace un mate y tira el paquete de yerba.

Pasa las hojas del diario, mira las fotos. Encuentra una de la Presidenta, agarra un marcador y le dibuja bigote; va a la última página y hace el sudoku.

A las diez y media se sienta frente a la computadora. Se compró un programa nuevo que desgraba solo, así que ahora ella solo tiene que corregir los textos. Siempre son de temas distintos, hoy está aprendiendo sobre los contrastes de los colores y piensa que podría dividir sus ambientes por los rompecabezas. Recién está probando el programa, pero parece que funciona muy bien, y ahora ella sí tiene tiempo para pensar en cualquier cosa; cuando se confíe, podrá dormir unas horas más, hasta el mediodía, no es tanto.

A las doce y media termina el trabajo. Anota dos horas en la agenda. Es fantástico, cada vez trabaja menos y por la misma plata. Mira el rompecabezas, lo pondrá en la pieza, frente a la cama. Es una figura andrógina, del derecho y del revés, chupándose los genitales. Pone algunas piezas, tiene 1500.

Después de comer una manzana verde se acuesta en la cama. Da una vuelta, pero no puede dormir, da otra vuelta. Pone la oreja contra la pared, pero ya sabe que a esta hora no está el vecino. Prende la tele, cambia de canal, baja el volumen. Sale de la cama, pone la radio, hace tiempo que no escucha música. Así que abre las cortinas, sube el volumen y baila. Gira, sonríe, se arrastra por el suelo, da saltos; sabe que desde la vereda de enfrente el segundo piso se ve bien. Podría aprender baile. Pero ya es tarde, si no se aprende de chica no se llega a nada. Salta, elonga: quiere cansarse.

Mira el reloj, dos y media, hasta las cinco el supermercado no abre, hasta las seis no llega el vecino. Mira el reloj, dos y treinta y uno, tan rápido pasa el tiempo y ella sin darse cuenta: ya se harán las cinco. Pone un cd de Drexler. Recuerda que se lo compró cuando pasaban la propaganda de la sopa, y desde entonces no lo habrá escuchado.

Afuera la gente parece pesada. Pero en el departamento hay corriente. Se sube a la banqueta, levanta el airiluz. Los vecinos dejaron el aire acondicionado prendido. No sabe a qué hora llegan.

Pone la pava, hace pis, dos y treinta y cinco, prepara la taza y saquito de té: quisiera tomar mate porque dura más, pero hasta las seis no irá al supermercado.

Si saliera iría a caminar por Cabildo, miraría carteras y lencería erótica. Quizás a la tarde, si no se encuentra con el vecino. Alguna vez le tiene que tocar. La tiene que tocar. Y gritará fuerte para que todos los departamentos escuchen. Apaga el fuego.

Se sienta frente a la computadora y empieza a corregir el texto que tiene que entregar el viernes, el último de la semana.

Son las cuatro y media, trabajando el tiempo se pasa muy rápido. Anota dos horas en la agenda. Se recuesta, abre el libro que tiene en la mesita de luz. Pero no lee, ya se harán las seis. Quisiera trabajar un poco más, pero no tiene más encargos.

Se enfrenta al rompecabezas, pone nueve piezas en una hora y media. Hace la cuenta: cinco horas por día, treinta piezas, doscientas por semana, ocho semanas y termina. Tan rápido que no le quedarían paredes, se tendría que mudar a otro departamento. Con el vecino. Si en la casa nueva no tuviera al vecino como vecino no se mudaría.

Escucha el ruido del ascensor, la puerta de al lado.

Seis y cuarto se pone desodorante, podría pintarse las uñas, pero no le conviene, ¿si él sale de su departamento cuando las uñas no están secas?

La puerta de al lado, el ascensor se abre. Escucha que él habla con una mujer, no le reconoce la voz. El ascensor llega a planta baja. Ella sale de su departamento.

Intenta no cruzarse al vecino entre las góndolas. Compra yerba, azúcar, arroz y naranjas. Mira los precios y da vueltas con la canasta sin poner nada más. Él va hacia la caja cuatro; ella, a la cinco. Él no la mira. Ella todavía no lo saluda. Él mueve los dedos. Ella se pregunta por qué él no habrá hecho la lista del supermercado, ella hizo la suya. La caja de él va a más rápido, sale del supermercado cuando ella tiene todavía dos personas adelante. La cajera no tiene monedas para darle vuelto, le pide a una compañera, ella agarra su compra y sale corriendo.

Él está en la esquina, esperando para cruzar. Ella se apura. Cuando él la ve, le pregunta por qué corre. Ella sonríe, segura de que no tiene restos de comida entre los dientes. Cruzan sin hablar, ella está recuperando aire, él le abre la puerta del edificio y ella piensa que es todo un caballero. Suben al ascensor, son solo dos pisos, no puede perder el tiempo. Infla el pecho: “¿Hace calor, no?” Él le contesta algo y ella piensa en qué bien que podría desabrocharle el pantalón con la boca, ahí mismo, piensa en abrir la puerta para que el ascensor se detenga, y que suene la alarma en todo el edificio, que los vengan a rescatar, y cuando al fin ellos salgan del ascensor ella tendrá el rouge corrido. Pero no se pintó la boca así que habla. “¿Compraste un Tofi? ¿No es grande para vos solo?” “Es para compartir”. Quiere preguntar con quién pero llegan al segundo piso. Él le abre la puerta, ella decide seguir hasta el último.

En la terraza mira hacia la calle, quiere retroceder el tiempo. Todavía se siente el calor, desabrocha el botón inferior de la camisa. Infla el pecho, va hasta la planta baja y sale a caminar.

Pasa por al lado de una construcción. Los obreros le gritan. Mueve el culo. Entra a un quisco, pide un Tofi grande. Mueve el culo. Los obreros le gritan. Deja atrás la construcción. Infla el pecho.

Camina por Cabildo. No tiene ganas de mirar carteras así que entra a Caro Cuore. No sabe si corpiño, si body, si bombacha. Mira todos los estantes. Se lleva un camisón de seda blanca con encaje y responde con una sonrisa a la complicidad de las vendedoras.

Entra a un bar, pide un tostado. Se siente de espaldas a la puerta para que no piensen que espera a alguien. No sabe qué hora es y eso le causa alivio: como si el tiempo se hubiera quedado quieto. Pero ahora tiene un Tofi, un camisón, un tostado y una seven up light. A la noche podría llamar a alguna amiga, o a su hermano. Si es que no es muy tarde, porque no sabe qué hora es.

Decide que va a descolgar el rompecabezas de los perros. Esos dibujos ya no se usan, ahora las imágenes son obras de arte. Y ese rompecabezas es historia pasada, hace tanto que lo armó, fue el primero. Se lo regaló para poder dejarla, para entretenerla, no era boluda, se dio cuenta apenas lo abrió. Pero ya no está triste, ya no necesita recuerdos. Hace años. Todavía le queda espacio en las paredes pero lo va a descolgar igual, porque no le gusta el dibujo aunque se lo hayan regalado. A la noche podría mirar una película mientras come el Tofi. Y puede adelantar las piezas del día siguiente. Debería estar orgullosa de poder armarlo en menos días.

Se fija que los mozos no la estén mirando y se guarda algunos sobrecitos de azúcar, por si se le acaba, para no tener que ir al supermercado y cruzarse con el vecino, que no le mira ni el pecho, ni la camisa, ni el culo.

Llega a su casa cuando es de noche. Se pone el camisón nuevo, acaricia la seda, se mira en el espejo. Ya es tarde para llamar, quizás al día siguiente. La película es con subtítulos así que la pone en silencio para poder indignarse por los ruidos de los vecinos. Se recuesta en la cama y muerde el Tofi. Es tan rico que ella no lo compartiría, el vecino podría haber comprado uno más grande. No se escucha nada del otro departamento: quizás el vecino salió cuando ella estaba en la calle, ocupada. La película es mala. Quiere, hace fuerza, pero como no está cansada no puede dormirse. No sabe qué estará haciendo el vecino. Apoya la oreja en la pared, pero nada. La película sigue. Muerde el Tofi.

Suena el teléfono. No se pone las pantuflas y corre para atender. Es una amiga. Dice que operaron a su hijo, si puede ir a verla. Ella se viste, apaga la tele y sale.

Se dice que es muy buena compañera. Sabe que esa noche será agotadora, y cuando vuelva a su casa estará cansada y podrá dormir mucho. Hasta el mediodía o quizás un poco más.




Julio 08