19.10.08

Dejar sangrar

Los portarretratos están vacíos, y yo los completo, a cada minuto, con una foto distinta. En todas estás vos; en ninguna me mirás. Quizás ahí, en el monumento de Rosario, en el tren hacia La Plata, a orillas de la pileta. Pero no acá, no a las sábanas, no a mis besos, no a mis manos que están perdidas, porque no saben si ahora, para pensar en vos, deben pedirte permiso.

Sospecho la existencia de ojos celestes que inundan; supongo pies enredados, molestos de frío; infiero panzas tan delgadas a las que solo les queda un ombligo sin pelusa, sin adorno, como una cicatriz inconclusa.

Me perturba la ausencia inexplicable, pero no lloro. Con los ojos limpios (aunque quizás no la mirada) veo el presente: el día de veinticuatro horas, la noche mucho más larga. La frazada aún huele a tu cuerpo.

Quizás existan pieles más suaves, pero que no abriguen; perfumes clásicos, sin animal; presumo que hay manos grandes que podrían arañar mi cuerpo, aunque sin marcarlo.

Dejar sangrar, hasta que se seque; dejar sangrar, hasta que se acabe; dejar sangrar, y desmayarme. Alguien dibujará una silueta en el suelo, en la escena del crimen, aquel día, en el bar. Pero ya no vendrá ninguna grulla que se acerque a respirar en mi boca, aunque espere, aunque espere, aunque yo espere.

19/10/08