19.3.07

CEMENTERIO DE GATOS *


Está en su casa, sola con las frazadas que la tienen aprisionada de tan bien puestas que están, tan fuerte que apenas puede inflar el pecho cuando respira. Quiere saber qué hora es. Pero también no quiere saber porque para mirar el reloj tiene que abrir los ojos y le dijeron, hacía muchos años, que para dormirse, una tenía que encontrar una posición cómoda, quedarse quieta y pensar en algo lindo; nada más, sólo eso y el sueño debería venir solo. Pero esta vez no viene solo, quizás porque ella no está pensando en algo lindo, es que escucha ruidos y para dormirse no tiene que haber ruidos, aunque sabe que eso es mentira, la práctica se lo demostró; o quizás todas esas veces fueron la excepción que confirma la regla, y es imprescindible el silencio. Lo cierto es que está ahora en su cama, entre la sábanas, sola en toda la casa para ella sola, con los ojos cerrados, pensando en no sabe bien qué cosa, y no sabe qué hora es, tampoco sabe si quiere saber, y además, por si fuera poco, sigue escuchando ruidos. Parecen gritos o gemidos de ratas; no supone que algunos de esos gritos son de la vecina de al lado que también está aprisionada contra su propia cama, pero no por las sábanas sino por las piernas gruesas, el cuerpo gordo, y la cabeza pesada de su amante. Ella no se imagina eso y supone que son pisadas que vienen del pasillo. Y ahí piensa que el pasillo sólo lleva a su casa, en realidad termina en otra, pero que está abandonada hace muchos meses y salvo que el vecino del fondo volviera borracho o volviera de la muerte a recuperar sus cosas, de la casa que abandonó una noche, ella no sabe si por borracho, por loco, o porque se murió nomás, salvo que el tipo volviera, no tendrían razón para existir pasos en el pasillo. Ella se acuerda que tiene que pensar en algo lindo, porque eso le dijeron: ponerse en una posición cómoda, quedarse quieta y pensar en algo lindo. También recuerda que hace un ratito nomás ha repetido esa fórmula, que antes era porque quería saber la hora, y ahora piensa que sigue sin saber qué hora es. Cierra los ojos más fuerte para no tentarse con el resplandor verde de los números del reloj. Se acomoda entre las sábanas imposibles, se dice que es la última vez que se mueve, que listo, en un movimiento se tiene que acomodar para el resto de la noche. Piensa que casi siempre duerme mirando hacia el techo con los brazos al costado del cuerpo, como se vería en una tumba, como se vería si muriera joven y fuera un cadáver hermoso. Pero entre otras cosas también se dice que esa noche no va a dormir en esa posición, que con los ruidos alrededor de la casa, sería una provocación al insomnio dormir como una muerta, piensa que los muertos duermen profundo y además no escuchan ruidos y ella, con esos ruidos que no sabe si vienen del pasillo, o de la terraza, o de la casa del fondo, ella sabe que no está muerta. No quiere pensar más en la hora, no sabe si tirar el reloj al piso, pero ya está, no tiene más posibilidades para volver a moverse. Las sábanas le aprietan, están calientes y le molestan. Piensa en alguna noche con mucho frío para disfrutar más lo caliente. No se acuerda de ninguna. Vuelve a sentir su cama y piensa que la sangre también es caliente. Se pregunta si estará manchando las sábanas con sangre. Hasta que escucha un grito de la mujer de al lado, que estará siendo estrujada ahora contra el piso frío de cerámica, piensa que ellos quieren frío porque ya tienen en sí mismos todo el calor. En cambio, ella no quiere frío, quiere que las frazadas le dejen de apretar, sólo que le dejen de dar tanto calor. Y de nuevo esos ruidos, que ahora está segura, son ruidos de algún metal. Ruidos histéricos y nerviosos, que no parecen humanos. No piensa que podría ser el orgasmo ahogado de la vecina. Está segura que son gatos saltando sobre el techo de la casa del fondo. Techo de chapa. Los gatos saltan medio moribundos porque si bien el tipo se fue, dejó el techo enchufado, electrocutando gatitos. Y piensa en que quizás ya hay cadáveres sobre ese techo, piensa en su cementerio de gatos y que alguna vez, algún gato enamorado iría hasta esos cuerpos podridos para maullarle una serenata a su querida que fue asesinada sin contemplaciones. Pero después ese gato también va a ser electrocutado, quizás no muera, quizás ahora mismo esté saltando sobre la terraza de ella, y medio loco, va a bajar las escaleras, están todas las luces apagadas así que va a meterse por las piezas, la puerta de ella está cerrada, pero sin llave, (y los gatos son tan inteligentes, y encima está embroncado y embobado), y va a subirse a su cama, y ella no va a poder moverse, por las sábanas. El gato le va a caminar por el cuerpo, ella va a sentir las patitas clavándose en su vejiga, ahora siente frío, le sigue subiendo por la panza, le pisa las costillas. El gato le muestra los dientes y le muerde el cuello. Después se queda aullando toda la noche, sobre el cuerpo de ella, sobre el cuerpo que se desangra, metido entre las frazadas y ella sin saber qué hora es.


Agosto/06

* cuento seleccionado en el Festival Ahora, organizado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires (¡puaj!) en mayo de 2007.

A MEDIO CONSUMIR



Tiene los pies descalzos sobre la madera, y las tablas, las paredes, el techo, parecen hervir. Muestra sus dientes: intenta una sonrisa. Ella apenas puede mover los brazos en movimientos espásticos. Tiene las manos atadas a la cama, toda ella está acostada sobre la cama, desnuda y cubierta con redes. Tiene el cuerpo nervioso, duro, y está más viva de lo que ella quisiera. Él volvió de la cocina. Ella pensó que volvería desnudo. Pero no: tiene un Tramontina en la mano, de los grandes, para picar. Y sigue en cuero. Ella vuelve a mirar hacia el piso. La víbora parece cada vez más grande. Se arrastra y dibuja círculos perfectos, ella piensa que quizás esté cumpliendo un ritual. Y se imagina que llaman al anticristo, que él es el anticristo, que viene del infierno todo caliente, enojado con dios y la posee, a ella, la penetra y la llena de semen endiablado. Después ella podría ser una Amazona, saldría de esa habitación, y todo el mundo estaría a sus pies, podría poseer a todos los hombres y mujeres que quisiera porque sería irresistible, porque ella también sería el diablo. Iría hasta la casa de su profesora de flauta. Entraría y estaría esperándola: acostada en el piano, ya desnuda. Ella la agarraría de la cadera y la chuparía con su lengua de cobra, que se estiraría hasta chuparle las entrañas. Bebería de ella, y volvería a beber. Su profesora gemiría, gemiría tan fuerte que el marido iría hasta la habitación del piano. Las vería a las dos, a su esposa, y a ella, al diablo, tan hermosa como cada uno quiera. Las vería a las dos con las manos apretándose las tetas, estrujándolas, y él querría tocarse pero ella, que es el diablo, se lo va a impedir, y él se va a quedar mirándolas, mirándolas, transpirando, y quisiera sudar su leche, pero el diablo no lo deja, y se queda quieto, estático, mirándolas, mirándolas mientras ellas entran y no salen, como flautas, como víboras.


Ella vuelve a mirar la víbora, ya no hace círculos, quizás nunca los hizo. Él sigue acercándose, tan lento que parece que se arrastra. Se saca la sonrisa, abre la boca, lame el cuchillo. Se corta la lengua. Se mancha con gotas de sangre. Ella quiere gritar pero tiene una mordaza en la boca. Además están sonando otros gritos: Rob Zombie, eso le dijo él, nadie la podría escuchar. Él se sube a la cama y se pone en cuatro patas como si fuera un gato, y ella, en el medio. Como un gato poseído por el diablo que salta de teja en teja, está en celo, busca una gata para morderle el cuello. Maúlla, la luna está llena. Parece casi un hombre-lobo. El gato se trepa a un techo cualquiera, resbala por la chimenea, se llena el cuerpo de polvo, empieza a caminar dejando huellas grises. Salta de un sillón a otro, golpea el televisor que se cae al suelo y estalla. El ruido retumba en toda la ciudad. El gato, desesperado, salta sobre ella, le araña la cara, la tira al suelo. Ella quiere gritar pero el gato le empieza a lamer las heridas. Y ya no es más un gato, parece una pantera negra, enorme, tatuada, y la pantera, tatuada de gato y de hombre, la posee. Y los dos aúllan. Por la hendija de la persiana entra un haz de luna.


Ella abre los ojos. Sobre el piso de madera ve una vela a medio consumir. Se pregunta si quiere que el piso se incendie, que se queme todo, y entre las llamas, ella misma acabe por arder.

Agosto 2006