25.6.08

De dragones y pájaros

Lo vio sobre un árbol, era muy temprano y a las dos de la mañana no se distinguen las sombras. Se escuchaba la música del pueblo hasta el silencio, y el ave un ángel pareció, pero ella no creía en eso. Un pájaro de ochenta kilos, con ojos brillantes como los gatos verdes. Y verde y sombra fue el desierto neuquino con tres arbustos, cinco montañas, caminos con goteras. Miró al ave sin patas y olvidó el cielo. El animal agitó su pico con un murmullo que ahogó la música.

Ella quiso ser el príncipe y que el pájaro olvidara una pluma, pero voló alto y se llevó el pasto y el río, dejó la madrugada y la sed.

Ella buscó en los libros pero el pájaro no estaba ni en las hojas ni en los árboles. Tomó un vaso de agua y buscó en el estante de los textos míticos. Su pareja le acercó un mate y pidió otro y otro. Los mitos quedaron manchados de yerba, ilegibles, y ella se preguntó si de verdad lo había visto, si la sombra, sí.

Empezó a sentir sed y no le alcanzaba con un jarro de agua natural, y seguía con ese gusto entre patchuly y lavanda. Bebió de su pareja, jugo y coca cola. Estuvo meses y litros preguntándose si tendría algo dentro, entre la garganta y los pies, entre la cutícula y la uñas, entre el culo y el ombligo. No era amplio y era todo. Era tan todo y ella misma no tan sola.

Tomó agua de la botella, del amanecer, del inodoro, de las rosas, de las lágrimas. Ya no tomaba agua de lluvia sino de savia, por si los ángeles.

Comía zapallos hervidos, sopa de verdura, arroz con leche y de postre ciruela en almíbar.
Probó de amantes, de ríos, de zanjas hasta que cayó enferma para tomar té. Pasaron familia, vecinos y una pareja ya aburrida.

Un atardecer, llegó un amigo. Ella le reconoció los ojos, él le dio un beso de papel, de madera seca, de leña, y ella le vomitó fuego en la cara. Él se marchitó, salió por la ventana, y en el árbol volvió a nacer.

Desde entonces a ella le sale fuego por la boca, fuego vomitado, escupido, fuego en las manos. A su paso enciende todo, quema el cielo y las chispas se vuelven estrellas. Algunas caen y prenden árboles con ojos verdes.

Adentro, por las noches, ella duerme con el ave de ochenta kilos, que no tiene nombre en los libros y que parece un ángel. Duermen abrazados a la lumbre. Y si el pájaro se quema vuelve a nacer.

Afuera algunos cuerpos estarán muriendo por balas, calcinados estarán.

Adentro se vive mullido y tibio. El tesoro escondido se sospecha pero no se puede romper; se ve aunque es imposible tan solo de imaginar.